Quiero que sepas que ya no puedo callar.
Que salí a gritar en la colina en la tarde, esa que queda
tan lejos de la ciudad y donde se pueden ver los autos y el río corriendo sin
ritmo. Que el pasto allí está algo consumido, la gran mayoría seco. Hay más
amarillo que verde, y lo arranqué porque ya no sabía que más podía hacer.
Quiero que sepas que sí grité lo que me pediste, pero que nadie me contestó. Ni
siquiera el eco. Entonces me regresé y esperé que algo cambiara a mi alrededor
e incluso me senté en una banca hasta que el sudor recorrió mi sien y luego
resbaló por la punta de la nariz hasta la comisura de los labios; me quedé
hasta que el frío me hizo remover y la media luna apareció como una sonrisa
burlona y sarcástica. Pero no sucedió nada porque jamás sucede nada.
Y quiero que sepas que me asusté porque te odio.
Fue un momento extracorpóreo. No sé de donde surgió, pero la
verdad no me arrepiento de haber alzado las manos y verte a los ojos de una vez
por todas. Ese espacio que guardaba. Así, a quemarropa.
Quiero que sepas que no me arrepiento en absoluto.
(Yo te maté)