// Este es un libro que no existe, ni existirá. Porque no lo voy a escribir, se va a quedar en mi mente. Pero es una historia que me gusta, y es uno de los antecedentes de LAN, así que... Este sería uno de sus fragmentos. Btw, quiero agradecer a Pau-pau porque hay textos que salen solo por ella. Como este. Mi musita. //
La última reina
No
podía respirar, de eso estaba segura. El aire sencillamente le faltaba. Abrió
los ojos, consciente de que se ahogaba y los volvió a cerrar. Se aferró al poco
oxígeno que retenía la habitación, inundándose de una sensación de alivio.
Exhaló.
La
silueta que se refugiaba en la sombra salió de su escondite.
—Ya
sé que mañana moriré—dijo la mujer a la figura recién llegada—. No tienes que
venir a recordármelo.
Recibió
como respuesta el esbozo de una sonrisa irónica. La aludida dio un paso,
desplegando hacia atrás la capucha y revelando un rostro femenino bastante
conocido.
—Creí
que te gustaría ser asfixiada antes de tiempo. Es un gesto muy amable,
considerando lo que te pasará al amanecer, su
majestad.
—Tengo
nombre—le escupió, con voz ronca. Tosió antes de proseguir, inclinándose sobre
la silla—. Y si te queda un poco de dignidad, te agradecería que respetaras mi
voluntad y me siguieras llamando como te lo indiqué.
—¿Lillian?
Por favor. Mañana estarás muerta, Lily. La ahorcada. La condenada. Lily, la
muerta—. Hizo énfasis en la última palabra, intentando entender el significado
que conllevaban sus propias frases. Tratando de comprender el peso de que
finalmente no volvería a verla, de que esa era su última noche.
—Aura,
lárgate de mi habitación.
Ella
se acercó todavía más, señalando las manos de Lillian con actitud desafiante.
“Te recuerdo que sigues atada.” Pensó. Tenía las comisuras de los labios
arqueadas y lágrimas en los ojos.
—¿Ni
siquiera vas a preguntarme qué hice para
intentar sofocarte?—curveó demasiado la voz, fingiendo decepción.
Inocencia. Nada de eso le quedaba ya—. Estuve quemando unas cuantas cosas. ¿No
quieres adivinar?
Lillian
propinó dos patadas al piso con desesperación. Tenía todo el cuerpo entumecido
por el frío, cada segundo que pasaba agregándole un dolor ligero al peso sobre
su espalda. Solo quería aprovechar las últimas horas de su vida bajo la sombra
de la inconsciencia.
La
alegría se extendió en el rostro de Aura a la velocidad de la pólvora. Le
encantaba verla agonizando. Deslizó los dedos por la tela raída de su chaqueta,
desde el brazo hasta la muñeca izquierda. Tenía, literalmente, un as bajo la
manga.
Sostuvo
la carta entre su dedo medio e índice, colocándola a la altura de los ojos de
su adversaria para que pudiera verla, a pesar de la oscuridad. Sin soltarla,
las chispas bordearon las esquinas del papel, consumiéndola hasta llegar al
centro. El fuego proveniente de sus dedos dio paso a un olor fuerte a quemado y
cenizas que se esparcieron por el piso. Las cejas de ambas recibieron el ardor,
pero ninguna de ellas se movió.
—Si
te soy sincera, ni siquiera sé que significaba esa carta—susurró Lillian con
sorna. Sentía tranquilidad, a pesar de todo.
—Que
he quemado tus posibilidades. En todo caso, tengo otra. Esta es especial para
ti.
Le
mostró el dorso del objeto, coloreado con cientos de dibujos diminutos. Las
antorchas varadas en la esquina hacían resplandecer los excesivos colores rojos
con fuerza. Del otro lado, Aura veía con perfección la carta, no sin dejar de
cruzar miradas con la otra mujer.
—¿Picas?—sugirió
Lillian— Corazones, tal vez. ¿De qué se
trata esta vez? ¿Intentas presumirme lo que te falta, querida?
Aura
parpadeó. Por una vez, su sonrisa
desapareció. Abrió la boca, desorientada, pero la volvió a cerrar arrepintiéndose
de no poder encontrar una contestación inteligente.
Dio
unos pasos hacia atrás apretando los dientes.
—Esta
noche la reina arderá—los labios le temblaron al pronunciar esas palabras. Pero
había volteado la carta, revelando su dibujo: era la reina. Lillian lo entendió
al instante, pero estaba demasiado apretada en la silla para poder soltarse. El
fuego se propagó demasiado rápido, reduciendo la carta en segundos. Gritó.
Desde
la ventana, vio el lugar donde se encontraba su castillo. Ahora, no había nada.
Solo un resplandor anaranjado y azul que solo parecía crecer. Vigas cayendo.
Podía oler la desesperación, podía sentirla con sus dedos.
Pero
para ella, ya era muy tarde.
Aura
se despidió con la última sonrisa de la noche. Cerró con un portazo pesado que
produjo eco.
Un
eco silencioso, vacío.
El
último que escucharía la reina.