¡Creo que voy a empezar a romperme!

domingo, 1 de diciembre de 2013

Credo

Creo en una sola vida,
que debe ser vivida 
sin seguir tantas reglas.

Creo en un solo propósito, 
que nunca entenderemos 
(pero hemos de buscarlo)

Creo en el amor, 
que poca gente encuentra, 
aunque sepan que existe.

Creo que creer no importa, 
sino saber qué importa, 
y hacer tú tu oración, 

Realmente Dios lo sabe, 
todos los hombres tienen 
la misma religión. 

jueves, 14 de noviembre de 2013

Metáfora

Y ella estaba ahí, inexistente. 
Silenciosa e inerte, como una laguna negra que lo absorbe todo. 
Arrojadas las algas, esqueletos de peces que no fueron valientes, retazos de petróleo que regalaron los egoístas, halló en medio del encharcamiento una huella reflectoria. No podía mirar la luz, y sin embargo, la veía siempre. Aunque era lo único que destacaba entre la contaminación, ella parecía no darse cuenta. Abatida, la laguna se entregó a la idea: amar la luna nívea en lugar del ardor de su tierra, amarla lejana y callada, para que no se diera cuenta. 
 Amarla inconstante y por el tiempo que fuera, aunque ella no pudiera encontrar su reflejo, aunque jamás llegaría a verla. Tan sólo era una laguna negra con nenúfares danzantes, cansada del vértigo novilunio y dispuesta a esperar toda la tarde... Aunque el frío muerda y la noche siempre calle. 

sábado, 9 de noviembre de 2013

Suceso



Cafetería.
Vi el calendario.
Tú sonreías,
Y pasó un año.

Dolía demasiado.
Hoy todavía.
Me has olvidado. 
(Yo no podría)

Porlosiglosdelosiglosinpecadoconcebidoavemaríapurísimaestásdetestigo
padrenuestroqueestásenelcielosacrificasteatúnicohijo
dulcemadrequépecadodejarnosufrirasí
creoenunsoloDiosquecuestiono
todoslosdías, 

Amén.

sábado, 10 de agosto de 2013

Diez


 


Escribiré algo para ti. 
Sin temor y sin pensar.
Un poema que no rima, 
porque tú eres así. 
 (¿O esa era yo?) 

   Siempre caminaste bordeando el mar. 
En cambio, yo navegaba a la deriva. 
Me perdí en el verde y creí nunca encontrarme. 
(Pero tú fuiste mi guía)

No tuve que ver el incendio 
para entender que quemas al mundo. 
No necesito tu sonrisa
para saber que eres especial. 
(O mejor aún: rara.)

Nueve veces te has caído, 
pero diez te has levantado. 
Puede que un poco más. 
(¿Cuántas de ellas has peleado?) 
 Diecisiete en total.

¿Qué te puedo decir? 
Palabras vanas y vacías, 
Pues finalmente, lo sabías 
y lo vas a hacer sangrar. 

(Consíderalo promesa) 
 Diecisiete metros más 
crecerá la enredadera 
entintando a los demás.

(Cambiaste tu mundo y el mío,
quizás no vayas tan mal)

No puedo huir de tus rendijas.
Siempre fui muy evidente;
quizás mañana no me veas 
o no me halles al volverte.

(Pero no te preocupes. 
Para mi, ya eres eterna)
 

 

martes, 25 de junio de 2013

Nuevo impacto

Ella flota entre los asientos del camión en movimiento como un ángel soberbio. Enérgico, violento, intoxicado, así se describe. Ella baila el compás imaginario de una balada improvisada, representada en brazos de la señora que sostiene su ukelele mientras canta a toda voz.
Miradas la perciben, haciéndola retroceder. Las llantas del camión rechinan mientras descienden la  calle en picada, y un anciano observa la escena mordiéndose los labios mientras ella cae, de espaldas, sobre el suelo. No debió usar falda en una micro, lo sabía.
Miradas aburridas la ignoran cuando ella se incorpora. Una sonrisa, sin embargo, le responde. Siente ganas de golpear, de anclar sus nudillos en aquel rostro conocido. Pero no lo hace, porque no es impulsiva.

—Te volviste a caer—señala la voz ronca, con una risa oculta entre los dientes, como cartuchos de bala entre una pistola cuyo seguro nunca ha sido retirado.
“Esta vez no” se miente ella, mientras extiende sus plumas detrás de su espalda. Duele cada una de ellas, pero no hace un solo gesto que lo demuestre. Sólo dobla ligeramente los párpados, palpando la especie de capa interior que la cubre.  Gira un poco recordando  a Octavio Paz,

Sólo es real la niebla.

Pero al bajar, se hace mentira. Sólo es real su caída, sólo son reales las ganas de tocar el ukelele, de ser el anciano, o el conductor; de no tener alas. Sólo son reales las ganas de correr otra vez. 

Correr a través de la calle para que él desaparezca. (O al menos, eso espera)  

lunes, 24 de junio de 2013

En el viento

Veo las alas de una mariposa. Atigradas, negras, rotas. Esparcidas por el suelo, cubiertas bajo la tierra. No entiendo nada. Una criatura tan frágil, ¿puede participar en algo tan irreal como la muerte?
¿Por qué?



Se ha caído, como tú. Ha dejado de volar.
¿Como no dudar, en un mundo tan frágil?
Como volar, en un mundo tan frágil.
Era imposible.

Otra mentira. Ya no sé cuantas van. He dejado de actuar hace unas horas, señalan las agujas del reloj. No dejan de girar. Tic, tac, tic, tac. Un compás desagradable. Tic, tac, tic, tac. El silencio insoportable.

Falta, falta. Faltan los acordes. La sangre corre, y no deja de correr. Sal, cruza, atraviesa la puerta. Al menos hará viento, eso decían las arpas. ¿Era falso también?

Nadie lo sabe. Y mucho menos tú,

tan aturdida por el chirrido agradable y lejano del arco de madera,
perdida entre las manos que te causaban ceguera

Buscando una grulla de papel verde, que nunca existió.

(Al igual que tú, quiere nacer) 


jueves, 16 de mayo de 2013

Antipoema

Si un cuerpo inerte no derrama cenizas, tampoco esto tiene
sentido.



Hace tanto tiempo que no escribo.
No sé a qué se debe.
Tal vez la flor marchita del olvido,
no sabe que se muere.

¿Cómo se llama algo que agoniza?
Lo bautizó la muerte.
El viento brinda la pálida ceniza
de un cuerpo inerte.

¿Si el olvido se muere, recuerdo?
  Eso solía creer yo antes.
Ahora, ya no sé en qué creer.

  (Cerré el poema.
 Porque si el olvido se muere, sí recuerdo.
Recuerdo que olvido todo el tiempo.
Recuerdo que me muero si no escribo.
Olvido que no le encuentro sentido)

  Si yo, definitivamente ya no escribo.

jueves, 25 de abril de 2013

Yellow (Eusker/ Esteban)


—¿Qué sabes tú de él?

Sé que muchas chicas se fijan en sus ojos azules y su cabello desordenado, pero la mayoría se aleja porque él no deja de hablar de teatro o herrería. Sé que tiene una cicatriz en el  alma, o al menos eso fue lo que dijo la anciana vidente en Aisimer. Sé que sus hombros y su espalda son flácidos y están cubiertos de lunares, aunque tiene un abdomen fuerte.  Su estatura apenas sobrepasa diez centímetros la mía, y aunque es delgado no tiene un cuerpo espectacular. Sé lo mucho que le brillan los ojos cuando habla de viajes o escenarios. Siempre se queda callado cuando hablo, una actitud que en otras personas me molesta especialmente, pero en él me resulta agradable. Es como si realmente me escuchara, pero no encontrara palabras para contestarme. Sé que cuando está cachondo respira precipitadamente, y cuando está enojado suelta el aire con la nariz. Él siempre me llama por mi nombre completo, agregándole una connotación a cada tono.  Sé que le cuesta trabajo expresar sus sentimientos, por lo cual lo demuestra a través de comentarios que pueden resultar hirientes en ocasiones. Sé cuándo le gusta una chica, y cuando está celoso (esto último casi nunca ocurre, pero esas contadas veces me hacen rabiar) Veo que protege mucho más a Mildred que a mí, algo que en principio me irritaba inexplicablemente, pues sé lo rápido que cambia de opinión y no me gustaría estar enamorada de él. Puedo quedarme hablando con él durante horas sin que abra la boca, y cuando lo hace, es para decir una frase corta y extrañamente reconfortante. Sé que jamás lo veré con algún color que no sea azul, o gris,  y que ni siquiera un calor asfixiante lo hará quitarse la bufanda. Cuando se enoja su actitud asusta un tanto. Me enoja mucho que rompa los objetos que están a su alrededor. Conozco lo molesto que se pone cuando se habla de injusticias políticas.
Siempre huele a metal, a vainilla, a la tela suave de su ropa, a café. Es una combinación inusual a la que extrañamente te acostumbras, incluso cuando lleva un ápice de sudor.

 También sé que la historia de su vida demuestra lo valiente que es por  haberlo soportarlo todo, y aun así querer salvar a medio mundo. Su nivel de impulsividad, de espontaneidad… me preocupa a veces. He sentido su pesar, y sin embargo siempre lo he visto sonreír.

Lo he visto tener miedo y no paralizarse, sentirse triste y sonreír. Siempre intenta hacer sentir mejor a los demás, aunque él no  esté bien del todo.  Cuando tengo miedo, él de pronto se vuelve valiente, y cuando no tengo ganas de reír, él me obliga.

(Y cuando sonríe, de pronto me vuelvo invencible)
Eso claro, no lo dije.
—En realidad, no mucho—respondí.

lunes, 8 de abril de 2013

Monólogo de la salvación

La ciudad es demasiado vertiginosa, ¿no lo crees? Demasiado ruido, demasiada contaminación. Siempre rojo el asfalto, cubierto de lluvia y el reflejo de los autos. Tantas llantas que no van a ningún lado...
 Mientras tú haces acopio de todas tus conclusiones, tratando de hallar una sola con sentido. No es tiempo lo que te falta, si no tranquilidad. Se trata de tirar el ansiolítico por el lavabo y el libro de autoayuda por la ventana, para que te des cuenta de que cuando dejes de usarlos, seguirás igual que antes.
Que siempre que regreses a la ciudad seguirás igual que antes.
Y no intentes buscar respuestas en internet. No, no sirve de nada la yoga, ni la dieta ni el gimnasio. Tu psicólogo no te va a ayudar a hacer ejercicios de respiración. El budismo no te va a salvar del dolor. Y mucho menos ese disco de los Bee Gees.
Porque solo tú puedes salvarte a ti mismo. En el fondo, lo sabes. Pero no quieres hacerlo.
De hecho, tampoco tiene nada de malo.
Hasta que te das cuenta de que si te escudas bajo la misma excusa de siempre "Ha sido un mal día" nada te garantiza que al final no terminarás diciendo "Ha sido una mala vida"
Por eso, para salvarte a ti mismo, olvidate de salvarte.
Antes de que pases toda tu vida creyendo que podrías solucionarla, como si fuera un problema.
Si es un problema, solo el fin del problema supone la salvación. Y no creo que quieras eso.
No, no. Tú pierde el tiempo y no sufras al hacerlo, porque si no lo haces en realidad lo habrás ganado. Como cuando el final de esta entrada se descontrola. Reparas en que no importa.
El caso es escribir, que si no lo haces te sientes vacía. ¿Qué más da si es bueno o malo?
Vive y te darás cuenta de que el mejor consejo filosófico que podrás recibir jamás vendrá de una suricata animada y un jabalí de una película para niños.
(Hakuna Matata)
Qué más da.
Suelto un YOLO de una vez.
Carpe Diem.
Me vale madres.
Filosofía pura, ah.

viernes, 22 de marzo de 2013

Preludio

¿A qué sabe la libertad?
A menta, tal vez. Sabe a primavera, al rocío inexplicable que se esconde entre el pasto. A las nubes alejadas que no saben que tienen forma y provocan risa. A las expediciones que hacías al mar con tu familia cuando eras adolescente, cuando no te gustaba ir y ahora es un recuerdo que conservas en una fotografía porque en el fondo la pasabas bien. Huele a vainilla todavía y ya no duele saber que terminó, porque basta retroceder para darte cuenta de que no fue ningún error. A las hojas secas que el otoño heredó a las demás estaciones.  En ocasiones, también es salada, cuando lloras y el sabor de las lágrimas se queda en tus labios. Porque puedes llorar, porque estás triste y eso significa que también puedes sentir. Y sobre todo, significa que estás vivo.
Y no te molesta mirar atrás.

martes, 19 de marzo de 2013

Electricidad

Alejate.





Llevo un incendio bien escondido en la palma de la mano. Puedo controlarlo o descontrolarlo. Y te puedo ver a ti en medio claramente. 
Si no me dejas escuchar el silencio real, la advertencia será en serio. No me refiero al silencio solitario, ensordecedor. Si no el sonido del final y del principio. De la paz que es efímera, pero existe.
La canción que sigue sonando. "Los soñadores débiles se esconden en las iglesias, los soñadores débiles se esconden en las iglesias" murmura una y otra vez. Eso es lo que quiero yo. Que tú dejes de mentir, que huyas de aquí.
Antes de que me ponga eléctrica.

Luces




¿Qué tan egoísta es querer regresar una luz a la oscuridad porque solo cuando era sombra compaginaba contigo?

Desorden mental

¿Como es que si dura tan poco, importa tanto? Cala, como cada soplo que le doy a mi cigarro. ¿sabes? se pasean por la calle teniendo la certeza de que nada les pasará. ¿Como están tan seguros? 
Te diriges a la esquina del callejón. Lo rodeas con destreza, describiendo un círculo de pasos confundidos que pretenden saber perfectamente hacia donde van. Pones tus dedos sobre los ladrillos ásperos de la pared, te raspas los nudillos, dejando una marca blanca en ellos y giras. No importa.
Es tan fácil precipitarse al vacío cuando no tienes nada que perder, o eso dicen. Pero se equivocan. Se trata de ese impetu al que los demás se aferran con vehemencia excesiva, eso que les vincula a todos. Contamina tus ideas, traspasa tu corazón y domina tus pasos errantes. ¿Y si yo no soy así? ¿Por qué no?
Empiezas a escalar, como si fuera fácil. Peldaño por peldaño, lástima que no los haya. No te sueltas porque tus manos y piernas vuelan. Una caída no es lo peor. Tú te cuelgas, tú también vuelas. Eres frágil, ¿no lo has sido siempre? Ahora lo aprovechas. Saltas. Llegas al tejado.
Mientes, tal vez. Es dificíl de saber cuando todos son actores. Se disfrazan, eso no se puede negar, todos lo hacemos. No hay excepciones, es inapelable como una norma gramatical. ¿Qué máscara llevas tú, y para qué te la pones?
El domo se burla de ti, prepotente. Sabe lo asustado que estás. 
Creo que no soy nada.
Lo rompes con el puño. Estalla en mil pedazos transparentes, tu mano está enrojecida. Sangras, no duele. Sudas.
No sé si puedo ser igual, el tiempo se acaba.
Te dejas caer, primero sobre tu pierna izquierda y luego la derecha. Estaba más alto de lo que pensabas. No calculas bien. Intentas levantarte, tus huesos truenan y se sacuden. En tu cabeza hay un grito de sal, el aire huye.
Ayuda.
Te levantas. La cabeza está febril y tu cuerpo intacto. No habías entendido que no te pasó nada. Das diecisiete pasos sobre el piso de ajedrez y te cuelas en la fiesta. Humo.
No tiene porque acabar mal.
Y vas a salvarte.
Y voy a salvarme. (Al menos eso creo)


lunes, 18 de marzo de 2013

Crónicas del espejo de Desortell


// Este es un libro que no existe, ni existirá. Porque no lo voy a escribir, se va a quedar en mi mente. Pero es una historia que me gusta, y es uno de los antecedentes de LAN, así que... Este sería uno de sus fragmentos. Btw, quiero agradecer a Pau-pau porque hay textos que salen solo por ella. Como este. Mi musita. //





La última reina

No podía respirar, de eso estaba segura. El aire sencillamente le faltaba. Abrió los ojos, consciente de que se ahogaba y los volvió a cerrar. Se aferró al poco oxígeno que retenía la habitación, inundándose de una sensación de alivio. Exhaló.
La silueta que se refugiaba en la sombra salió de su escondite.
—Ya sé que mañana moriré—dijo la mujer a la figura recién llegada—. No tienes que venir a recordármelo.
Recibió como respuesta el esbozo de una sonrisa irónica. La aludida dio un paso, desplegando hacia atrás la capucha y revelando un rostro femenino bastante conocido.
—Creí que te gustaría ser asfixiada antes de tiempo. Es un gesto muy amable, considerando lo que te pasará al amanecer, su majestad.
—Tengo nombre—le escupió, con voz ronca. Tosió antes de proseguir, inclinándose sobre la silla—. Y si te queda un poco de dignidad, te agradecería que respetaras mi voluntad y me siguieras llamando como te lo indiqué.
—¿Lillian? Por favor. Mañana estarás muerta, Lily. La ahorcada. La condenada. Lily, la muerta—. Hizo énfasis en la última palabra, intentando entender el significado que conllevaban sus propias frases. Tratando de comprender el peso de que finalmente no volvería a verla, de que esa era su última noche.
—Aura, lárgate de mi habitación.
Ella se acercó todavía más, señalando las manos de Lillian con actitud desafiante. “Te recuerdo que sigues atada.” Pensó. Tenía las comisuras de los labios arqueadas y lágrimas en los ojos.
—¿Ni siquiera vas a preguntarme qué hice para  intentar sofocarte?—curveó demasiado la voz, fingiendo decepción. Inocencia. Nada de eso le quedaba ya—. Estuve quemando unas cuantas cosas. ¿No quieres adivinar?
Lillian propinó dos patadas al piso con desesperación. Tenía todo el cuerpo entumecido por el frío, cada segundo que pasaba agregándole un dolor ligero al peso sobre su espalda. Solo quería aprovechar las últimas horas de su vida bajo la sombra de la inconsciencia.
La alegría se extendió en el rostro de Aura a la velocidad de la pólvora. Le encantaba verla agonizando. Deslizó los dedos por la tela raída de su chaqueta, desde el brazo hasta la muñeca izquierda. Tenía, literalmente, un as bajo la manga.
Sostuvo la carta entre su dedo medio e índice, colocándola a la altura de los ojos de su adversaria para que pudiera verla, a pesar de la oscuridad. Sin soltarla, las chispas bordearon las esquinas del papel, consumiéndola hasta llegar al centro. El fuego proveniente de sus dedos dio paso a un olor fuerte a quemado y cenizas que se esparcieron por el piso. Las cejas de ambas recibieron el ardor, pero ninguna de ellas se movió.
—Si te soy sincera, ni siquiera sé que significaba esa carta—susurró Lillian con sorna. Sentía tranquilidad, a pesar de todo.
—Que he quemado tus posibilidades. En todo caso, tengo otra. Esta es especial para ti.
Le mostró el dorso del objeto, coloreado con cientos de dibujos diminutos. Las antorchas varadas en la esquina hacían resplandecer los excesivos colores rojos con fuerza. Del otro lado, Aura veía con perfección la carta, no sin dejar de cruzar miradas con la otra mujer.
—¿Picas?—sugirió Lillian— Corazones, tal vez.  ¿De qué se trata esta vez? ¿Intentas presumirme lo que te falta, querida?
Aura parpadeó. Por una vez,  su sonrisa desapareció. Abrió la boca, desorientada, pero la volvió a cerrar arrepintiéndose de no poder encontrar una contestación inteligente.
Dio unos pasos hacia atrás apretando los dientes.
—Esta noche la reina arderá—los labios le temblaron al pronunciar esas palabras. Pero había volteado la carta, revelando su dibujo: era la reina. Lillian lo entendió al instante, pero estaba demasiado apretada en la silla para poder soltarse. El fuego se propagó demasiado rápido, reduciendo la carta en segundos. Gritó.
Desde la ventana, vio el lugar donde se encontraba su castillo. Ahora, no había nada. Solo un resplandor anaranjado y azul que solo parecía crecer. Vigas cayendo. Podía oler la desesperación, podía sentirla con sus dedos.
Pero para ella, ya era muy tarde.
Aura se despidió con la última sonrisa de la noche. Cerró con un portazo pesado que produjo eco.
Un eco silencioso, vacío.
El último que escucharía la reina. 

sábado, 2 de febrero de 2013

Cometa triste

Ella voló.

               

Me observaban. Todos, sin excepción me veían de la misma manera. Era una mirada extraña, que se anclaba de pupila a pupila y me decía algo que yo no puedo decir en voz alta.
Te cuento: yo estaba sola, pero no por completo. Tenía una cometa en forma de ave de colores cálidos, que se escondía en una esquina de mi armario. Pero ella estaba triste porque no podía volar y tenía que vivir atada al suelo. Justo como yo.
Yo le conté eso a mis amigos, y me dijeron que las cometas no hablaban. Mis padres respondieron que los objetos inanimados no tienen emociones y ese día me llevaron con un señor que tenía un bigote muy raro y gris. Desde entonces, me hicieron tragar unas pastillas que se deslizaban por mi garganta, y casi siempre se deshacían y sabían a azufre. Tampoco me gustaba tragarmelas porque las pastillas se ponían a llorar antes de que las tomara. Pero me dijeron que eso me haría sentir bien, así que ignoré sus gritos, quería sentirme como ellas en ese intervalo que iba desde el frasco hacia mi boca, antes de saber que se van a romper. 
 Y ellas me dieron igual, pero mi cometa seguía muy triste. Tanto que a veces dejaba de respirar. Por eso un día la saqué a pasear. Caminamos por el parque y el pasto se reía cuando lo pisaba, aunque  la mayoría de las plantas se molestan cuando las tocas.
También el cielo se rio conmigo, y desenrollé mi cometa. Pero me susurró que me fuera a volar con ella, que el mundo de las personas era muy aburrido. No quería creerle pero ella insistió, me aseguró que nadie podía ver lo que yo veía, y que por eso decían en secreto esa palabra prohibida para mi. ¿Cual era? Ah, sí. Loca.
Me subí a su lomo solo porque si no lo hacía, se enojaría mucho. Tenía un caracter fuerte que no convenía explotar, porque te mordía con su pico filoso y su lengua áspera. Además, sus ojos negros te atravesaban con una barrera invisible y te hacían sentir mal.
Volabamos y pude rozar las nubes. Ellas también estaban felices, e incluso el sol pintó con nosotros un anaranjado combinado con azul, como el que pone cuando está feliz. Surcamos todo el cielo, sonriendo. Solo que había una nube muy molesta y circular, que se impregnó en mi nariz y parecía tener forma de tubo. Y luego de bigote, de barba y de lentes serios de ese señor que recetaba pastillas. Cambiaba muy rápido esa nube: fue una cama, una cortina y dos rostros de decepción que ya no recordaba a quienes pertenecían. Cerré los ojos y mi cometa se estrelló contra la copa de un árbol, pero no dejó de reírse. Entonces me sentí viva de verdad. Estaba realmente viva.
Aunque el doctor dijera lo contrario.

sábado, 5 de enero de 2013

Prologo



El tren no se detuvo.
A través de la ventana, la niebla se disipó. La maleta cayó al suelo con un gran estrépito que rompió el eterno silencio, el detonante de la soledad.
Era demasiado tarde.
El frío es lo primero que sentí. Luego, la tela del abrigo rozando el cristal para desempañarlo, los tonos carmesí y ocre distribuidos en las hojas. Una carretera consumida, un viaje de otoño en tren que me había resultado casi imposible conseguir.
Entonces cerré los ojos.
Y lloré por primera vez en años.
 De culpa, de alegría. Porque había logrado lo que siempre había querido sin razón alguna. Había sido valiente y tan cobarde a la vez, y porque viendo mi reflejo en ese cristal, ya no me reconocía.
Esta vez  había llegado demasiado lejos. Egoísta y sola.
Todo lo que me quedaba era esa maleta y mis esperanzas parecían estar guardadas también allí dentro.
Todo parecía ser como siempre lo había soñado.
Excepto porque ésta vez, ya no era un sueño.
Era una pesadilla.
Era realidad.
Había huido de mi casa, y nunca regresaría.