¡Creo que voy a empezar a romperme!

sábado, 2 de febrero de 2013

Cometa triste

Ella voló.

               

Me observaban. Todos, sin excepción me veían de la misma manera. Era una mirada extraña, que se anclaba de pupila a pupila y me decía algo que yo no puedo decir en voz alta.
Te cuento: yo estaba sola, pero no por completo. Tenía una cometa en forma de ave de colores cálidos, que se escondía en una esquina de mi armario. Pero ella estaba triste porque no podía volar y tenía que vivir atada al suelo. Justo como yo.
Yo le conté eso a mis amigos, y me dijeron que las cometas no hablaban. Mis padres respondieron que los objetos inanimados no tienen emociones y ese día me llevaron con un señor que tenía un bigote muy raro y gris. Desde entonces, me hicieron tragar unas pastillas que se deslizaban por mi garganta, y casi siempre se deshacían y sabían a azufre. Tampoco me gustaba tragarmelas porque las pastillas se ponían a llorar antes de que las tomara. Pero me dijeron que eso me haría sentir bien, así que ignoré sus gritos, quería sentirme como ellas en ese intervalo que iba desde el frasco hacia mi boca, antes de saber que se van a romper. 
 Y ellas me dieron igual, pero mi cometa seguía muy triste. Tanto que a veces dejaba de respirar. Por eso un día la saqué a pasear. Caminamos por el parque y el pasto se reía cuando lo pisaba, aunque  la mayoría de las plantas se molestan cuando las tocas.
También el cielo se rio conmigo, y desenrollé mi cometa. Pero me susurró que me fuera a volar con ella, que el mundo de las personas era muy aburrido. No quería creerle pero ella insistió, me aseguró que nadie podía ver lo que yo veía, y que por eso decían en secreto esa palabra prohibida para mi. ¿Cual era? Ah, sí. Loca.
Me subí a su lomo solo porque si no lo hacía, se enojaría mucho. Tenía un caracter fuerte que no convenía explotar, porque te mordía con su pico filoso y su lengua áspera. Además, sus ojos negros te atravesaban con una barrera invisible y te hacían sentir mal.
Volabamos y pude rozar las nubes. Ellas también estaban felices, e incluso el sol pintó con nosotros un anaranjado combinado con azul, como el que pone cuando está feliz. Surcamos todo el cielo, sonriendo. Solo que había una nube muy molesta y circular, que se impregnó en mi nariz y parecía tener forma de tubo. Y luego de bigote, de barba y de lentes serios de ese señor que recetaba pastillas. Cambiaba muy rápido esa nube: fue una cama, una cortina y dos rostros de decepción que ya no recordaba a quienes pertenecían. Cerré los ojos y mi cometa se estrelló contra la copa de un árbol, pero no dejó de reírse. Entonces me sentí viva de verdad. Estaba realmente viva.
Aunque el doctor dijera lo contrario.