¡Creo que voy a empezar a romperme!

viernes, 22 de marzo de 2013

Preludio

¿A qué sabe la libertad?
A menta, tal vez. Sabe a primavera, al rocío inexplicable que se esconde entre el pasto. A las nubes alejadas que no saben que tienen forma y provocan risa. A las expediciones que hacías al mar con tu familia cuando eras adolescente, cuando no te gustaba ir y ahora es un recuerdo que conservas en una fotografía porque en el fondo la pasabas bien. Huele a vainilla todavía y ya no duele saber que terminó, porque basta retroceder para darte cuenta de que no fue ningún error. A las hojas secas que el otoño heredó a las demás estaciones.  En ocasiones, también es salada, cuando lloras y el sabor de las lágrimas se queda en tus labios. Porque puedes llorar, porque estás triste y eso significa que también puedes sentir. Y sobre todo, significa que estás vivo.
Y no te molesta mirar atrás.

martes, 19 de marzo de 2013

Electricidad

Alejate.





Llevo un incendio bien escondido en la palma de la mano. Puedo controlarlo o descontrolarlo. Y te puedo ver a ti en medio claramente. 
Si no me dejas escuchar el silencio real, la advertencia será en serio. No me refiero al silencio solitario, ensordecedor. Si no el sonido del final y del principio. De la paz que es efímera, pero existe.
La canción que sigue sonando. "Los soñadores débiles se esconden en las iglesias, los soñadores débiles se esconden en las iglesias" murmura una y otra vez. Eso es lo que quiero yo. Que tú dejes de mentir, que huyas de aquí.
Antes de que me ponga eléctrica.

Luces




¿Qué tan egoísta es querer regresar una luz a la oscuridad porque solo cuando era sombra compaginaba contigo?

Desorden mental

¿Como es que si dura tan poco, importa tanto? Cala, como cada soplo que le doy a mi cigarro. ¿sabes? se pasean por la calle teniendo la certeza de que nada les pasará. ¿Como están tan seguros? 
Te diriges a la esquina del callejón. Lo rodeas con destreza, describiendo un círculo de pasos confundidos que pretenden saber perfectamente hacia donde van. Pones tus dedos sobre los ladrillos ásperos de la pared, te raspas los nudillos, dejando una marca blanca en ellos y giras. No importa.
Es tan fácil precipitarse al vacío cuando no tienes nada que perder, o eso dicen. Pero se equivocan. Se trata de ese impetu al que los demás se aferran con vehemencia excesiva, eso que les vincula a todos. Contamina tus ideas, traspasa tu corazón y domina tus pasos errantes. ¿Y si yo no soy así? ¿Por qué no?
Empiezas a escalar, como si fuera fácil. Peldaño por peldaño, lástima que no los haya. No te sueltas porque tus manos y piernas vuelan. Una caída no es lo peor. Tú te cuelgas, tú también vuelas. Eres frágil, ¿no lo has sido siempre? Ahora lo aprovechas. Saltas. Llegas al tejado.
Mientes, tal vez. Es dificíl de saber cuando todos son actores. Se disfrazan, eso no se puede negar, todos lo hacemos. No hay excepciones, es inapelable como una norma gramatical. ¿Qué máscara llevas tú, y para qué te la pones?
El domo se burla de ti, prepotente. Sabe lo asustado que estás. 
Creo que no soy nada.
Lo rompes con el puño. Estalla en mil pedazos transparentes, tu mano está enrojecida. Sangras, no duele. Sudas.
No sé si puedo ser igual, el tiempo se acaba.
Te dejas caer, primero sobre tu pierna izquierda y luego la derecha. Estaba más alto de lo que pensabas. No calculas bien. Intentas levantarte, tus huesos truenan y se sacuden. En tu cabeza hay un grito de sal, el aire huye.
Ayuda.
Te levantas. La cabeza está febril y tu cuerpo intacto. No habías entendido que no te pasó nada. Das diecisiete pasos sobre el piso de ajedrez y te cuelas en la fiesta. Humo.
No tiene porque acabar mal.
Y vas a salvarte.
Y voy a salvarme. (Al menos eso creo)


lunes, 18 de marzo de 2013

Crónicas del espejo de Desortell


// Este es un libro que no existe, ni existirá. Porque no lo voy a escribir, se va a quedar en mi mente. Pero es una historia que me gusta, y es uno de los antecedentes de LAN, así que... Este sería uno de sus fragmentos. Btw, quiero agradecer a Pau-pau porque hay textos que salen solo por ella. Como este. Mi musita. //





La última reina

No podía respirar, de eso estaba segura. El aire sencillamente le faltaba. Abrió los ojos, consciente de que se ahogaba y los volvió a cerrar. Se aferró al poco oxígeno que retenía la habitación, inundándose de una sensación de alivio. Exhaló.
La silueta que se refugiaba en la sombra salió de su escondite.
—Ya sé que mañana moriré—dijo la mujer a la figura recién llegada—. No tienes que venir a recordármelo.
Recibió como respuesta el esbozo de una sonrisa irónica. La aludida dio un paso, desplegando hacia atrás la capucha y revelando un rostro femenino bastante conocido.
—Creí que te gustaría ser asfixiada antes de tiempo. Es un gesto muy amable, considerando lo que te pasará al amanecer, su majestad.
—Tengo nombre—le escupió, con voz ronca. Tosió antes de proseguir, inclinándose sobre la silla—. Y si te queda un poco de dignidad, te agradecería que respetaras mi voluntad y me siguieras llamando como te lo indiqué.
—¿Lillian? Por favor. Mañana estarás muerta, Lily. La ahorcada. La condenada. Lily, la muerta—. Hizo énfasis en la última palabra, intentando entender el significado que conllevaban sus propias frases. Tratando de comprender el peso de que finalmente no volvería a verla, de que esa era su última noche.
—Aura, lárgate de mi habitación.
Ella se acercó todavía más, señalando las manos de Lillian con actitud desafiante. “Te recuerdo que sigues atada.” Pensó. Tenía las comisuras de los labios arqueadas y lágrimas en los ojos.
—¿Ni siquiera vas a preguntarme qué hice para  intentar sofocarte?—curveó demasiado la voz, fingiendo decepción. Inocencia. Nada de eso le quedaba ya—. Estuve quemando unas cuantas cosas. ¿No quieres adivinar?
Lillian propinó dos patadas al piso con desesperación. Tenía todo el cuerpo entumecido por el frío, cada segundo que pasaba agregándole un dolor ligero al peso sobre su espalda. Solo quería aprovechar las últimas horas de su vida bajo la sombra de la inconsciencia.
La alegría se extendió en el rostro de Aura a la velocidad de la pólvora. Le encantaba verla agonizando. Deslizó los dedos por la tela raída de su chaqueta, desde el brazo hasta la muñeca izquierda. Tenía, literalmente, un as bajo la manga.
Sostuvo la carta entre su dedo medio e índice, colocándola a la altura de los ojos de su adversaria para que pudiera verla, a pesar de la oscuridad. Sin soltarla, las chispas bordearon las esquinas del papel, consumiéndola hasta llegar al centro. El fuego proveniente de sus dedos dio paso a un olor fuerte a quemado y cenizas que se esparcieron por el piso. Las cejas de ambas recibieron el ardor, pero ninguna de ellas se movió.
—Si te soy sincera, ni siquiera sé que significaba esa carta—susurró Lillian con sorna. Sentía tranquilidad, a pesar de todo.
—Que he quemado tus posibilidades. En todo caso, tengo otra. Esta es especial para ti.
Le mostró el dorso del objeto, coloreado con cientos de dibujos diminutos. Las antorchas varadas en la esquina hacían resplandecer los excesivos colores rojos con fuerza. Del otro lado, Aura veía con perfección la carta, no sin dejar de cruzar miradas con la otra mujer.
—¿Picas?—sugirió Lillian— Corazones, tal vez.  ¿De qué se trata esta vez? ¿Intentas presumirme lo que te falta, querida?
Aura parpadeó. Por una vez,  su sonrisa desapareció. Abrió la boca, desorientada, pero la volvió a cerrar arrepintiéndose de no poder encontrar una contestación inteligente.
Dio unos pasos hacia atrás apretando los dientes.
—Esta noche la reina arderá—los labios le temblaron al pronunciar esas palabras. Pero había volteado la carta, revelando su dibujo: era la reina. Lillian lo entendió al instante, pero estaba demasiado apretada en la silla para poder soltarse. El fuego se propagó demasiado rápido, reduciendo la carta en segundos. Gritó.
Desde la ventana, vio el lugar donde se encontraba su castillo. Ahora, no había nada. Solo un resplandor anaranjado y azul que solo parecía crecer. Vigas cayendo. Podía oler la desesperación, podía sentirla con sus dedos.
Pero para ella, ya era muy tarde.
Aura se despidió con la última sonrisa de la noche. Cerró con un portazo pesado que produjo eco.
Un eco silencioso, vacío.
El último que escucharía la reina.