¡Creo que voy a empezar a romperme!

martes, 25 de junio de 2013

Nuevo impacto

Ella flota entre los asientos del camión en movimiento como un ángel soberbio. Enérgico, violento, intoxicado, así se describe. Ella baila el compás imaginario de una balada improvisada, representada en brazos de la señora que sostiene su ukelele mientras canta a toda voz.
Miradas la perciben, haciéndola retroceder. Las llantas del camión rechinan mientras descienden la  calle en picada, y un anciano observa la escena mordiéndose los labios mientras ella cae, de espaldas, sobre el suelo. No debió usar falda en una micro, lo sabía.
Miradas aburridas la ignoran cuando ella se incorpora. Una sonrisa, sin embargo, le responde. Siente ganas de golpear, de anclar sus nudillos en aquel rostro conocido. Pero no lo hace, porque no es impulsiva.

—Te volviste a caer—señala la voz ronca, con una risa oculta entre los dientes, como cartuchos de bala entre una pistola cuyo seguro nunca ha sido retirado.
“Esta vez no” se miente ella, mientras extiende sus plumas detrás de su espalda. Duele cada una de ellas, pero no hace un solo gesto que lo demuestre. Sólo dobla ligeramente los párpados, palpando la especie de capa interior que la cubre.  Gira un poco recordando  a Octavio Paz,

Sólo es real la niebla.

Pero al bajar, se hace mentira. Sólo es real su caída, sólo son reales las ganas de tocar el ukelele, de ser el anciano, o el conductor; de no tener alas. Sólo son reales las ganas de correr otra vez. 

Correr a través de la calle para que él desaparezca. (O al menos, eso espera)  

lunes, 24 de junio de 2013

En el viento

Veo las alas de una mariposa. Atigradas, negras, rotas. Esparcidas por el suelo, cubiertas bajo la tierra. No entiendo nada. Una criatura tan frágil, ¿puede participar en algo tan irreal como la muerte?
¿Por qué?



Se ha caído, como tú. Ha dejado de volar.
¿Como no dudar, en un mundo tan frágil?
Como volar, en un mundo tan frágil.
Era imposible.

Otra mentira. Ya no sé cuantas van. He dejado de actuar hace unas horas, señalan las agujas del reloj. No dejan de girar. Tic, tac, tic, tac. Un compás desagradable. Tic, tac, tic, tac. El silencio insoportable.

Falta, falta. Faltan los acordes. La sangre corre, y no deja de correr. Sal, cruza, atraviesa la puerta. Al menos hará viento, eso decían las arpas. ¿Era falso también?

Nadie lo sabe. Y mucho menos tú,

tan aturdida por el chirrido agradable y lejano del arco de madera,
perdida entre las manos que te causaban ceguera

Buscando una grulla de papel verde, que nunca existió.

(Al igual que tú, quiere nacer)