¡Creo que voy a empezar a romperme!

martes, 25 de junio de 2013

Nuevo impacto

Ella flota entre los asientos del camión en movimiento como un ángel soberbio. Enérgico, violento, intoxicado, así se describe. Ella baila el compás imaginario de una balada improvisada, representada en brazos de la señora que sostiene su ukelele mientras canta a toda voz.
Miradas la perciben, haciéndola retroceder. Las llantas del camión rechinan mientras descienden la  calle en picada, y un anciano observa la escena mordiéndose los labios mientras ella cae, de espaldas, sobre el suelo. No debió usar falda en una micro, lo sabía.
Miradas aburridas la ignoran cuando ella se incorpora. Una sonrisa, sin embargo, le responde. Siente ganas de golpear, de anclar sus nudillos en aquel rostro conocido. Pero no lo hace, porque no es impulsiva.

—Te volviste a caer—señala la voz ronca, con una risa oculta entre los dientes, como cartuchos de bala entre una pistola cuyo seguro nunca ha sido retirado.
“Esta vez no” se miente ella, mientras extiende sus plumas detrás de su espalda. Duele cada una de ellas, pero no hace un solo gesto que lo demuestre. Sólo dobla ligeramente los párpados, palpando la especie de capa interior que la cubre.  Gira un poco recordando  a Octavio Paz,

Sólo es real la niebla.

Pero al bajar, se hace mentira. Sólo es real su caída, sólo son reales las ganas de tocar el ukelele, de ser el anciano, o el conductor; de no tener alas. Sólo son reales las ganas de correr otra vez. 

Correr a través de la calle para que él desaparezca. (O al menos, eso espera)  

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